Las flores siempre han estado ahí

Llegué minutos antes con la esperanza de poder informarme antes sobre la publicación, pero el salón ya estaba lleno y la actividad iniciaba pronto. En la entrada, dos mujeres en una mesa ofrecían el libro de fotografías “Nicaragua insurreción y revolución”, de Margarita Montealegre, junto con el poemario “La Revolvición” de Tania Montenegro, ambas publicaciones de Aula Propia, cuyas ventas sirven para financiar otros proyectos de este espacio de reflexión e intercambio feminista.

La actividad inicia. Palabras de la anfitriona, agradecimientos, la formalidad de todo evento y el elogio colectivo a la autora. Aplausos. Se nota el cariño hacia Margarita en la gente. Hacia su obra y pasión.

Página 5. Un billete de 20 córdobas de 1985 presenta a un grupo de campesinos que marchan sosteniendo una manta con la siguiente leyenda:

NO SOMOS AVES PARA VIVIR
DEL AIRE, NO SOMOS PECES
PARA VIVIR DEL MAR, SOMOS
HOMBRES PARA VIVIR DE LA TIERRA

Página 42 – 43. La foto original de los 20 pesos (con la misma leyenda) muestra a un niño, seguramente borrado del billete antes de enviarse a impresión.

Hay un pedazo en la historia de Nicaragua que no tiene nombre. Es decir, sí se le conoce formalmente como Revolución Popular Sandinista, pero para muchos y muchas es una época que tiene muchos rostros e identidades. Es dolor y alegría, felicidad y llanto, satisfacción y frustación, todo al mismo tiempo. Imaginen todo eso capturado por el lente de una cámara. ¡Bang! La bala que asusta a dos guerrilleros enamorados. Y ahí tienen a Margarita con su clic, desde La Prensa reportando para el mundo. Es 1977.

Página 14. Cuatro chavalos posan serios, sentados y con las manos amarradas ante la cámara. Uno de ellos llora. Son francotirados capturados en El Dorado, Managua, en junio de 1979, dice la descripción de la foto. ¡Son menores que yo!, digo yo.

Le toca a Tania Montenegro hablar. Me levanto para ver la mesa de presidio a la distancia de un multitud que abarrota el salón delante mío. El mismo escenario a mi espalda: el IHNCA se desborda por gente que quiere encontrarse con su pasado en las fotos de Margarita, en un intento por recuperar la trastocada memoria histórica de nuestro país.

“Sus mejores disparos siempre fueron con la cámara”.

Montenegro sobre Montealegre

Montealegre trabajó como fotógrafa infiltrada en la guerra de Nicaragua, lo que le brindó la oportunidad de intermediar entre el FSLN y la prensa internacional.

Página 10 – 11. Una mujer agoniza en los brazos de un hombre desconocido con sombrero, en una iglesia en el barrio Ducualí, Managua. “Esa mujer murió en mis brazos”, le dirían a Margarita años más tarde entre llantos. El morbo obliga a un asistente a tomarle foto a la única imagen con sangre de la actividad.

Aplausos nuevamente. Todo el mundo celebra, con una romántica y contagiosa melancolía, el registro fotográfico en dos etapas que se presenta en un libro de seis por cinco pulgadas: la insurreción del 79 y la década revolucionaria.

Página 41. Una mujer ríe con pena de enamorada mientras se esconde detrás del hombro de su pareja. Hombre y mujer descansan, con sus rifles como fieles amantes, en un refugio de milicianos, en el norte montañoso de Nicaragua. Dentro de la revolución existieron diversos mundos y muchos de ellos fueron de amor. “Andaba hiper romántico en ese tiempo, seguro”, confiesa la fotógrafa en una cómplice declaración.

Margarita Montealegre tenía 21 años cuando se inició en la fotografía, como pasante del diario La Prensa, con Pedro Joaquín Chamorro a la cabeza. Única en un mundo dominado por hombres, aprendió “a la brava” a manejar la cámara y revelar sus fotos. “Todo positivo”, se decía todo el tiempo cuando sus colegas le hacían el camino cada vez más difícil. Hoy en día, agradece a esos maestros que tuvo y de quienes aprendió todo lo que sabe.

Mientras agradece a sus amigos, colegas e hijos, me invade una saudádica sensación que no logro explicar. No viví esa época a conciencia y lo que conozco de ella, lo sé por la historia que se me ha contado y he descubierto: una mezcla de felicidad y dolor que ya he experimentado en otros momentos, cada vez que hablo de lo que significó la revolución para la gente.

Página 24 – 25. Dos fotos: en una un barbero de Nagarote, con su silla de madera, sus gallinas, su retrato de Glenda Rocha y su póster de Sandino al fondo. En la otra, dos loras descansan en una hamaca junto a un miliciano en Mulukukú.

Las páginas siguientes serán de dolor: un desfile militar, una manifestación política, el entierro de un miliciano y un funeral de 82 niños caídos de un helicóptero.

Página 34 – 35. Dos mujeres descansan y platican en una habitación de adobe, destruida por el tiempo. Al fondo, en una escena digna de Pedro Páramo, un hombre se asoma por una ventana.

“Hay otras fotos que no están en el libro”, cuenta Margarita luego de una presentación con todas las imágenes incluidas del libro, y se dispone a explicar algunas de ellas y otras que no aparecen en la publicación, como la foto de la cama de Somoza, en una habitación cerca del búnker donde se refugiaba. “Somoza usaba boxer”, afirma con certeza.

“Éste en realidad es un checker”, dice Margarita al referirse a la foto de la limusina de Somoza abandonada en carretera a Masaya (página 18 – 19), allá por donde quedaba el Sandy’s (actualmente banco La Fise de Metrocentro). El auto servía, según le informarían más tarde, para transportar al guardaespaldas, guardián legal (en caso que pasara un incidente como la revolución), chef y bartender personal del dictador.

Otra foto aparece en el proyector ante la impasiva mirada de todos y todas: “esa es en la oficina de Somoza. la gente con que andaba llegamos al palacio y ellos preguntaron donde quedaba la oficina de Somoza. Yo por casualidades de la vida, por mi trabajo, sabía dónde estaba y entonces fuimos. El día que llegamos habían unos radios (mientras señala en la foto con su mano dos radio transmisores) que todavía estaban transmitiendo a la Guardia Nacional desde Río San Juan, pidiendo auxilio”, cuenta Margarita.

Ese día, confiesa la fotógrafa, llamó a su papá desde la otrora oficina presidencial para decirle que estaba bien y que estaba sentada en la silla de Somoza. Que los años de dictadura ya no están.

Página 22 – 23. 1980: primer anivesario de la Revolución. Una tarima en escalinata se despliega detrás de un hombre de espaldas que da un discurso a una multitud (un mar de gente) que celebra. Entre el hombre y la multitud hay una línea de protección humana y una baranda adornada. Las flores siempre han estado ahí.